Desde aquel día se me metió una idea en la cabeza que acabó convirtiéndose en una obsesión: volver a empalmar las dos cumbres por el puente aéreo. Cada vez que veía la silueta majestuosa de la colosal pareja sentía una mezcla de orgullo y respeto, mi propio avatar refleja perfectamente esta dualidad, había llegado a las cumbres pero me faltaba acariciar ese precioso lomo.
En este tiempo he mirado croquis, reportajes y, sobre todo, me dejé embelesar por la magnífica trilogía gráfica de Avigamo

Todas estas referencias no hicieron sino avivar mis ansias, pero al mismo tiempo me impusieron un severo respeto, todavía me quedaba mucho camino por recorrer, la vía normal a Cabrones no es precisamente un camino de rosas, y es uno de los tramos más fáciles de la crestería. En este final del verano, en el que me saqué un máster en crestas y aristas varias, supe que ya estaba preparado para el reencuentro con los gigantes, sólo necesitaba un compañero de confianza y competente, que fuera capaz de resolver el muro final de VI para el que aún no estoy a la altura.
Al final encontré la compañera perfecta en riaxoli, una amiga de toda la vida a la que conocí el mismo sábado a través del foro, en el anuncio decía nosequé de tomar café, hacer deportiva o dar una vuelta por el monte, "nada de alpinismo en la primera cita", pero al final no me costó mucho convencerla, en el fondo se moría de ganas

Salimos el sábado a una hora indecente y subimos a Cabrones con toda la calma del mundo, llegamos con el tiempo justo para reservar habitación en un hotel de mil estrellas y salir a cenar al cine de verano. Esa noche daban "La vie en rose".




A la mañana siguiente salimos temprano, ninguno conocía la ruta y no sabíamos lo que nos podríamos encontrar. A las 6:30 ya estábamos desayunados y en marcha con los frontales, a las 7:30 estábamos al pie de la arista Noroeste con los bártulos puestos. El madrugón tuvo su recompensa, para cuando amaneció ya habíamos entrado en la cresta, y poco a poco fuimos descubriendo el mundo irreal que nos rodeaba.
El alba fue saliendo por los Albos.

El lomo en el que estábamos se prolongaba en la afilada cola de Dobresengos, Peña Santa nos miraba desde su atalaya, y al fondo el mar lechoso parecía confundirse con el azul.

Pero eso estaba muy abajo, nosotros ya estábamos tocando el cielo con los dedos, justo en el sitio donde el gran Alfredo acuñó su ya famosa frase, que desde aquí cobra todo su sentido: "Si al ser humano le estuviera vedado volar, aun le quedarían las cresterías de montaña. Si albergáis alguna duda al respecto, fijaros en las caras de vuestros compañeros de cordada al asomar a este punto de la N.O.".

De la cresta poco puedo decir, no es difícil ni fácil, pero más que andar o cabalgar se vuela, nosotros nos aseguramos en un par de puntos, más que nada para poder resistir el embrujo del vacío.



Una vez en la cumbre tuvimos que parar un rato para saborear la sensación de libertad y plenitud de quien por un momento es el amo del mundo.

La bajada a la brecha ya la conocía, seguía tan aérea como la recordaba, pero una vez conquistada pierde parte de su misterio. Ahí las únicas opciones son cabalgar o hacer funambulismo.

Más abajo se presenta esta bifurcación, lo más sencillo es bajar por la canaleta de la izquierda con cuidado por la roca suelta, y llegar directamente al último muro antes de la brecha.

Pero esta vez tocaba volar, así que fuimos arriba hasta llegar al muro. Tiene una instalación de rápel, pero se destrepa bien. Enfrente tenemos el siguiente muro que hay que subir, quién pudiera dar este salto.

La reina no nos quitaba la vista de encima.

Este muro me pareció algo más de III, yo no lo haría sin asegurar, en este caso usamos un puente roca que había casi en el suelo. Aquí riaxoli empezó a mostrar sus dotes.

Como ya sabíamos la bajada desde aquí es el tramo más difícil y entretenido, aquí hay que ir buscando los mejores pasos, que no siempre son buenos del todo.

Por aquí nos liamos un poco, hay un rápel hacia la derecha y luego hay que subir a la cresta a encontrar el siguiente, nosotros nos pasamos de largo y al final tuvimos que alargarlo hasta abajo, no nos sobró ni un metro de los 50 de nuestra cuerda.

A partir de aquí la sensación de aventura y soledad compartida nos abandonó, por detrás venían dos cordadas como motos que nos acabaron alcanzando en la base del Cerredo, a cambio pudimos disfrutar de un rato de agradable camaradería montañera. Aquí se les ve bajando los dos rápeles que nosotros empalmamos.

Toca esquivar gendarmes, de nuevo el aire nos llama (aquí la cuerda no es muy necesaria, nos encordamos para ver cómo seguía más adelante)

El último rápel.

Desde la brecha de abajo podemos ver el Jou Negro bien cargadito y la Torre Labrouche, según las guías esta cresta no tiene más salidas que la normal de Cabrones, pero yo estoy seguro de que hay varios puntos por los que se puede bajar, como mucho montando algún rápel.

Nos queda una última zona de gendarmes que hay que pasar por arriba, a mí se me atravesó un poco ese destrepe, hay que descolgarse hasta encontrar buenos pies.

Los últimos gendarmes.

Este montañero parecía burlarse de nosotros "¿quién necesita cuerdas?".

Después de los gendarmes llega la parte más fácil aunque no menos bonita. Es como un rato de descanso antes de afrontar el muro final.

En este punto ya habíamos sido "cazados", pero nuestros perseguidores tuvieron la gentileza de dejarnos pasar delante, y con ello nos regalaron 5 minutos de gloria en la cima.
Aquí está riaxoli currándose el muro, con compañeras así da gusto. A mí me pareció algo más de IV, la primera parte es rara, aunque se protege muy bien con los 4 clavos que hay puestos, al primero se llega desde abajo.

Ya estamos en la cumbre, el fin de nuestra aventura después de 6 horas de felicidad plena. Aquí pudimos por fin quitarnos los gatos y disfrutar de nuestro triunfo.

Las vistas son inigualables, pero yo no podía quitar la vista de la elegante cresta que acabábamos de hacer.

Después de un rato de relax y de intercambio de experiencias, las tres cordadas bajamos por la normal hasta Cabrones, y de ahí a Pandébano. Entre la vuelta, la recogida de los mochilones y algún desvío inconfesable llegamos al coche con los frontales puestos, lo cual nos permitió contemplar una nueva puesta de sol más o menos por donde lo habíamos visto salir apenas un rato antes.

Al final exprimimos el día hasta sus últimas consecuencias y más allá, en una actividad espectacular con una compañía inmejorable, ¿qué más se puede pedir?